martes, marzo 15, 2011

Treinta y nueve mil novecientos noventa y nueve... y yo.


Contar historias es de lo que mas me gusta, y esta es no la excepción.
Cuando me hice de Newells...? en verdad ni me acuerdo, eso que no me
olvido nunca de nada y tengo una memoria prodigiosa, pero seguramente
tendrá que ver con que me apasiona el fútbol, y claro, por eso puedo
decir orgulloso que soy hincha de Newells. Sin ningún tipo de soberbia
puedo contar que estuve presente en los mejores y en los peores
momentos de este club, recuerdo las plegarias de cientos, de miles de
fieles leprosos en el 74, la admiración que el equipo del piojo
despertó en todo el ambiente del fútbol, como olvidar la época dorada
del querido “Loco” Bielsa y de los recuerdos mas recientes, la
peregrinación a Avellaneda, el éxodo rojinegro sin precedentes, la
invasión de hinchas de Newells al estadio de Independiente para
festejar en su casa un nuevo logro deportivo, y por sobre todo
contagiar con su felicidad al mundo que por instante solo tuvo
horizontes rojinegros.

La esencia del hincha de Newells esta marcada claramente por una cruel
dualidad, su optimismo y también su sufrimiento, sabe de padecer para
gozar, y vaya que lo hizo, aun perdura en mi memoria esos momentos,
la gente peregrinando por la autopista hacia buenos aires, en autos,
colectivos, motos y hasta bicicletas, gente haciendo dedo en la ruta,
era una cita con el destino y el honor, y había que estar allí, no
importaba como. El primer padecimiento comenzó al momento de conseguir
entradas, fue una prueba de valor y de ingenio, después siguió al
momento de llegar, valía cualquier cosa, el tema era estar, dar el
presente, decir yo estuve ahí, y por supuesto festejar, quien podía
sacarnos eso de la cabeza. Pero ocurrió lo que siempre nos pasa, el
sufrimiento nos abraza, nos hipnotiza y nos conmueve. Con los
muchachos en el campo de juego atados por el nerviosismo, la decisión
se traslada a la radio, las noticias que vienen desde el éter
representan al Cesar que bajara o levantara el pulgar y nos condenara
o nos premiara a su antojo. Cada uno en esa cancha creía tener la
llave de la felicidad, de como hacer para torcer el destino, yo los
miraba y los dejaba hacer, a veces es bueno sufrir un poco, así la
alegría después seria aun mayor. Quienes tenían la radio en sus oídos
se convertían en imanes y sus gestos generaban ilusión o desesperación
de igual manera, casi al mismo tiempo, es más, eran destinatarios de
los más descabezados reproches e improperios, eran ellos los árbitros
de nuestra felicidad. Pero llego el momento de apiadarse, con ese
insoportable calor del infierno, ya no había agua para paliar tanta
sed ni para apaciguar tanta euforia, entonces por un segundo el mundo
se detuvo a mis pies una vez mas, luego de eso, todo el recuerdo son
imágenes fugaces de gente llorando y abrazándose, unos con otros,
conocidos y desconocidos, padres e hijos, hermanos y amigos. Es en ese
momento que comprendo al hombre y hasta diría que lo envidio, pero hay
algo que nadie podrá negar, y es que yo estuve ahí, 39999 y yo.


Cordialmente desde el cielo, DIOS.

IL Dieci, discípulo del todopoderoso, escribiendo la palabra revelada.

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